El extraordinario violinista Manuel Quiroga conoció al hombre que dio muerte a Rasputin
Fue un peso gigantesco: ser un niño prodigio y uno de los mejores concertistas de su tiempo. Fue también una gran satisfacción: uno de los más grandes violinistas españoles de la historia, y una gran frustración: paralizado en lo mejor de su carrera, y un privilegiado en la historia: tocó al menos un par de intocables Stradivarius. Es Manuel Quiroga, de cuya muerte se cumplen 50 años y que continúa vivo en la memora de los pontevedreses.
REDACCIÓN - PONTEVEDRA
FARO DE VIGO.Un 1% de inspiración y un 99% de trabajo. He ahí el secreto de los genios y los virtuosos: lo sabían los profesores que en 1909 seleccionaban al adolescente Manuel Quiroga (Pontevedra 1892-1961) para el Conservatorio de Madrid, y unos después para sus estudios en París. Lo sabían: ellos eran la oportunidad, pero ese delgado pontevedrés era el entrenamiento, la preparación obsesiva de quien sabe que ser mejor es haber fracasado muchas veces.
Para entonces Manuel Quiroga, nacido en la calle que hoy lleva su nombre un 15 de abril de 1892, ni se imaginaba lo que podría llegar a ser: uno de los mejores violinistas españoles de todos los tiempos, un genio que con sólo 19 años sorprende en París y se equipara en talento a Pablo Sarasate al ganar el codiciado primer premio del Conservatorio local.
Obtiene en adelante varios de los más importantes galardones de su tiempo y años después viajaría por primera vez a Nueva York; siempre tuvo claro (como acreditan las cartas que remitió a su familia) que su padre fue central en su formación y posterior despegue internacional y, por no faltar, no en falta en su curriculum ni una detención por sospechas de espionaje.
Fue en Austria al arrancar la primera Guerra Mundial, y no sería el primer episodio extraño de su carrera.
Así, la exposición inaugurada el pasado día 11 en el Conservatorio de Música fue una oportunidad para acercarse a las reflexiones e inquietudes de un ser excepcional en el momento cumbre de su carrera, pero no desvelan anécdotas como la que comenta la sobrina-nieta del violinista, Milagros Bará. Ésta recuerda que el virtuoso afirmó haber conocido al asesino de Rasputín.
Fue en París, y según cuenta Fernando Otero el propio violinista relató que "allí he conocido a un individuo cuya intervención en el "affaire" Rasputine, glosó toda la prensa mundial: el célebre príncipe Youssoupoff, que vive con su princesa en un hotelito del Bois. He cenado con ellos muchas veces y algunas he tenido que llevar mi violín. Ella tiene el célebre collar de perlas negras valuado en seis millones de pesetas".
El violinista continúa detallando: "Un día me contó Youssoupoff cómo mató a Rasputine; es interesante: le convidó a cenar y preparó una bebida y pasteles con cianídrico que experimentaron previamente en un perro que murió en el acto. Era una noche iluminada de nieve y creadora de misterios; había un tremar inquisitivo y medroso en el alma de todas las cosas. De pronto el ruido de un coche que no se detuvo inquietó el esperar del príncipe y al fin hay un golpe que desgarra la noche. Youssoupoff abre la puerta y entra Rasputine envuelto en una bocanada de tinieblas."
El propio Quiroga reconoce que para entonces toda serenidad estaba perdida, de modo que al monje aún le impactarían varios disparos antes de que Rasputin cayese desplomado.
"Entraron todos entonces y llevaron el cuerpo de Rasputine a un automóvil para echarlo al río; cuando llegaron a la orilla, aun Rasputine vivía", señalaba el violinista.
La última parte es ya imaginada: "Y cayó finalmente sobre un bloque de hielo desde donde lanzaba aun alaridos de muerte. El bloque al deshelarse se lo fue tragando lentamente. ¡Oh!, se podría hacer un gran libro con todo esto ¿n´est ce pas?"
Durante este mes, muy especialmente en esta semana ya que Manuel Quiroga falleció un 19 de marzo en la cumbre de su carrera, asociaciones, colectivos y melómanos recuerdan a este hombre que deslumbró a su tiempo, cuya carrera fue cercenada por un trágico accidente a los 46 años y que intentó renacer como compositor y caricaturista, que tocó joyas de su tiempo (como un Amati del siglo XVII que se asegura que le cedió una familia pontevedresa deslumbrada por su talento) y cuyas cartas desvelan el espíritu curioso, irónico y divertido de quien es capaz de analizar las cosas humildes, para cuanto más los sucesos de su tiempo.
Una nueva oportunidad para acercarse a este personaje irrepetible será la que brindará este mismo año el Museo Provincial con fondos inéditos de la colección del virtuoso, un genio que con humor ironizaría este año sobre la suerte del ignorante, que muere antes de morir, y la del el hombre de talento, que vivirá por siempre.
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